El arroyito.
Mariposas en la Ribera. Foto: Katty A. |
Cada arroyito es tan perfecto como una brizna de agua que sacude el
corazón del río.
Es una caricia, un conjunto de pequeñas burbujitas vibrantes de la piel
que posee el agua.
Una diminuta construcción de hojas líquidas con vibrante sonrisa, cálida
e inocente.
Es una vena oculta.
Un vasito tan pequeño que lame la tierra donde se desplaza.
La ternura del arroyito surge del amor de sus cimientos y de una plácida
o alucinante lluvia.
Es efímero, aparece y se desvanece pero siempre renace, como una fuente que
endulza los oídos del río.
Todos los ríos añoran sentir sus cosquilleos, en especial en las noches
de luna nueva, cuando solo reina la oscuridad.
¿Que seria del río sin los arroyitos?, moriría sin su música, sin ese
alimento que le aporta constantemente; no solo de agua sino de esa permanente lúdica
que le otorga su fusión en él.
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