Un suave susurro nos
trae el viento, a medida que un tibio
rayo de luz se posa sobre nuestros parpados.
¡No es un sueño! estamos despertando,
envueltos en la cálida sensación de cada amanecer en medio de imágenes.
Pareciese ellas proviniesen
de lugares salvajes y se enredasen jugueteando con nuestras pestañas.
Dejamos que sean los
rayos los que nos despierten, como
si saliéramos de un espeso bosque al abrir nuestros ojos.
Actúa entonces el efecto
de la sutil la madrugada, que anuncia la vida que dormía y ahora ruge, dejando
el encanto de la noche junto con los segundos de la penumbra que mueren.
Respiramos la
frescura del aire en cada alba, cargada de brillo, de creaciones que emanan
clorofila.
La melodía de alas se
entremezcla entre las ramas de los arboles de aquella noche, cuando los sueños fueron
su morada.
Al finalizar el día,
de nuevo el atardecer nos prepara, canticos anunciando la oscuridad, como
recordándonos posiblemente tendremos un mañana.
El amanecer es pura mística,
una señal que indica todo en la vida es un ciclo, vivimos en permanente mudanza.