domingo, 27 de julio de 2014


Raíces vivas, siguiendo las rayas.

En la faena del río. Foto: Katty A.

 

Me uní una mañana al más pequeño de mis vasos envueltos en tejidos blandos y definidos.

Ingrese a mi canoa siguiendo su recorrido y observando sus diminutas corrientes dirigiéndome al paso del agua, rumbo a las venas de mi ser.

Comenzaron a florecer en mí remolinos de trenzas ondulantes y perfectas - envolviéndome y desvaneciéndose - al paso de las maderas de mi embarcación de huesos que las acariciaba.

Me embebí en aquellas aguas blancas enrojecidas y cargadas de vida; materia liquida revuelta, sonriente y afectuosa, que en un abrazo desembocó en mis arterias.

Sentí mi río vivo como un remo que propulsa mi alma y a su vez mi corazón.

Abrí por primera vez los ojos y observé hacia afuera… fue entonces cuando me adentré en la calma del ribereño y la sonrisa de quien allí encuentra las gotas de sosiego.

No tiene precio la paz profunda que conlleva la contemplación de las aguas en movimiento, la observación atenta de quien con maestría ha sido y es el escultor de las riberas.

El curso del agua es personal, rebelde y revolucionario, conservando la esencia, la armonía, en un acto valiente de aquel que se atreve a conectarse con su propia naturaleza.

“Dime lo que defiendes y te diré quien eres”… susurro esa mañana a mis oídos el río…

viernes, 4 de julio de 2014


Encuentro en el lago.

 
Imagen tomada de la página web de Mujer Arbol.


Se había doblado tantas veces frente al dolor  de quien desconsolado espera, irrumpiendo sus  recuerdos y resbalando como gotas.

Sintió su corazón tan grande, divagante y perdido, que quiso  llorar y no encontró sus lágrimas; todas estaban contenidas en el lago de sus recuerdos.

En el centro de ese cuerpo acuoso se sumergió en la tierra de las águilas,  escuchando  sobre una roca sus propios latidos acompasados con la música de las ramas.

A medida que anclaba sus pies en la tierra, entre las hojas de sus pisadas, escuchó en aparente soledad sus pensamientos y un  destino enmudecido por el presente, enrarecido por un pasado, que atravesaba su pecho.

Se contemplo a si misma en el espejo del agua y  decididamente se levantó, descubriendo era capaz de liberar los pesos que la quebrantaban.

Permitió entonces el curso de su vida tomara  el rumbo que el viento intuitivamente le señalaría, siguiendo las ondulaciones que le irían marcando sus cabellos. 
Se observó con el corazón y percibió cada una de sus células estaba conectada de manera divina con las estrellas, que timidamente a la llegada de la noche se asomaban...