Hiló tantos versos
como se lo permitieron sus largas trenzas.
Los elevó entre las nubes
de sus deseos, cuando corría el viento de sus esperanzas.
No se detuvo y se dio
el lujo de leerlos, incluso en los rincones más oscuros a los que osaron llegar.
Se rodeó de pétalos
de los torbellinos de profunda melancolía, al divisar la incierta oscuridad de
algunos de ellos.
Pero fue allí, en los
oscuros, cuando descubrió en sus sombras hay otro mundo inmerso.
“Versos prohibidos”
esos que ella misma se había prohibido relatar.
Fué en la ausencia de
luz que se enfrentó cara a cara con el miedo a escribirlos, volviendo a la
claridad y descubriendo, que ni el más profundo temor se resiste al amor de
relatarlos.
Los fue hilando con amor
y ternura en la oscuridad y en la luz.
Así los convirtió en una trenza infinita, donde ningún verso es prohibido, cada uno
tiene el poder de resarcir corazones.
Cuando sentía temor de ellos, los atravesó
con besos y les prodigo del calor de su espíritu gestante.
Así, siguió su trenza,
subió al cielo, bajo al desierto, enjuagó su lava y continuo de nuevo, sin
detener el hilo de sus versos.
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