sábado, 25 de enero de 2014


El árbol de un libro.

Siendo niña vi tantos arboles de copas altas y desde abajo, en medio de ellos, entramadas ramas verdes tejidas con aromas de maderas dirigidas al cielo.


Sus troncos eran gruesos, extensos, difícil de rodear con mis diminutos de brazos.


Conformaban una trinchera amorosa y resistente, que solo era diluida por el ataque permanente y contaminante que ha llevado a la muerte de tantos.


Ahora, frente a mí, veo cientos de libros y pienso en las cortezas de los que fueron hechos.


Reflexiono… Solo un buen libro impreso puede darse el lujo de sentirse orgulloso de su origen, de haber respondido al talado de la fuente de su procedencia.


Si sus páginas proceden de un bosque de siglos, debe ser  estremecedor y su lectura una invitación a vivir.


El libro debe dar lo mejor de sí o sino el sacrificio de un ser vivo, que superó los 100 años, no habría valido la pena.


Cuando un árbol muere para saciar un consumismo insaciable, su vida ha sido violada y transgredida.


Si de sus cortezas surgen artesanías, instrumentos y canoas, el árbol muerto continuará vivo por medio del arte


Quien escribe sobre un papel debe saberlo…


Cada trozo es y será una delicada obra y, en su remplazo, cada libro será un nuevo árbol sembrado.

Si se ha vulnerado este principio, procuremos en la próxima pagina escrita enmendarlo.

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