Almendro en flor. Pintura de Vincet Van Gogh |
Ese día explotaron de amor y como consecuencia reverdecieron
y afloraron.
Sintieron como de sus pechos fluía, una caravana de flores
al sonido de sus voces.
La luz de sus pupilas se encendió tanto, que a su lado
palidecieron las luciérnagas.
Los pétalos de sus labios anunciaron pronto vendrían las
cerezas y uno a uno, fueron saboreando cada segundo, de los frutos de su majestuoso encuentro.
Llego el viento y llevo entre sus besos el polen fértil, que
ahora volaba tan lejos como la fuerza de su amor.
Se bañaron las abejas en sus mieles y saborearon entre sus
patitas, el dulce que brotaba de cada centímetro de sus cuerpos.
Se contemplaron en esa estampida silenciosa que surgía de
sus pechos, en una profunda e inexplicable sensación de felicidad.
Descendieron hasta la raíz de un celestino almendro y en el
fondo subieron al cosmos.
Habitaron en el centro de sus almas, reventando el polen de
sus más profundos deseos.
Lloraron el sudor de su rocío, en medio de tantos latidos,
acallando el motor de sus miedos.
Así, en esa sensación de levedad se propulsaron para volar
de nuevo.
A medida que ello ocurría, cada árbol que los rodeaba extasiado florecía.
Nunca se sabe las consecuencias de quienes en ebullición de
amor se encuentran.
Inevitablemente de la pureza que esto encierra, nace una estrella
o surge sin detenerse la belleza de la vida.
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