martes, 11 de junio de 2013

Una canoa en el magdalena.




 En el siglo XIX, el Río Magdalena era aún un territorio libre de grandes extracciones. 
Era una ruta turística y comercial;
camino de creadores y artistas colombianos y extranjeros. 

La siguiente es una breve reflexión inspirada en una pintura de un hombre en la ribera el portentoso Magdalena.



Se sentó a observar esa canoa posada sobre el río Magdalena; él contemplaba una de las grandes vertientes del Sur de América. Pensó, cuanta riqueza llevaba a través de sus venas. 

Grandes bagres rozagantes y danzantes en medio de su cauce eran observables.

Un siglo después, la situación cambiaría a lo largo del río.

Diversos cortes extractivos irían siendo realizados, para suplir las necesidades de las grandes ciudades, en procura de nuevas fuentes de energía.

 ¿Pero los peces?, ¿los grandes bagres?, ¿los pescadores y toda su vida?, ¿que pasaría? Eso nadie ni el más sabio lo sabría; mas, hasta un niño percibía que nadie sin líquido fluido podría tener alegría.


Cortar los ríos ha sido durante más de un siglo el común denominador en toda América, Asía, África e India... No obstante, el día que un río deja de cantar, vamos perdiendo la capacidad de reconocer el verdadero valor de la energía del líquido: este está en su natural camino, en su propio cauce. 

Quizás,  ¿no sería mejor iluminarse con una vela que quitarle la risa a un río? 


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