Se balanceaba sola, había llegado su momento
En medio de la aventura de soltarse, de ser ella misma había aprendido a balancearse sola; a no buscar ningún tipo de empuje diferente al que su cuerpo y su pensamiento podrían otorgarle.
Tenía miedo, incertidumbre, ese que otorga una aventura nueva.
Con esa sensación en el pecho subió a la rama más alta de un árbol; ató las cuerdas y comenzó a balancearse.
Con esa sensación en el pecho subió a la rama más alta de un árbol; ató las cuerdas y comenzó a balancearse.
Temerosa veía las hojas caer, pero nunca bajo la mirada: sabía era cuestión de perspectiva. Si miraba hacia abajo o hacia atrás de nuevo se asustaría...
De pronto, descubrió que la única manera de vencer el hecho de estar sola y suspendida, era mirar a lo lejos, sentir la tibieza del sol, ese que, siempre, la iba a aguardar hasta que llegara su momento.
Ahora se balanceaba sola... Mas, en realidad no lo estaba, al caer la tarde mil estrellas que la alumbraban...
Una voz pequeñita le susurró: ¡No te has perdido, simplemente en este nuevo balanceo te estás encontrando!
El balancearse sin perder el equilibrio es un reto.
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