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Ambos asomaron sus ojos por la pequeña rendija de su mañana.
Un ronroneo y un suspiro tierno se acompasaban.
Abrían lentamente las ventanas de sus sueños, como el cielo que alumbraba
anunciando el nuevo sol.
La miel de las flores inundaba el iris del felino, mientras en las
pupilas del niño aún permanecía el blanco de una luna liquida, en el negro de
la noche.
Apretaron los labios y sus pequeños deditos, atrapando el instante que
les unía.
En sus miradas se contemplaba la presencia inocente y fluida de un par
de ángeles, recubiertos de pelaje, piel, labios, uñas y garras.
Se aferraban con sus ojos a la vida verde de los prados, azul del agua
marina, castaña de las cortezas y negra de los suelos, saboreando con su mirada
la belleza de un nuevo día.
(Katty Alexandra)