Raíces vivas, siguiendo las rayas.
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En la faena del río. Foto: Katty A. |
Me uní una mañana al más pequeño de mis vasos envueltos en
tejidos blandos y definidos.
Ingrese a mi canoa siguiendo su recorrido y observando sus
diminutas corrientes dirigiéndome al paso del agua, rumbo a las venas de mi
ser.
Comenzaron a florecer en mí remolinos de trenzas ondulantes
y perfectas - envolviéndome y desvaneciéndose - al paso de las maderas de mi
embarcación de huesos que las acariciaba.
Me embebí en aquellas aguas blancas enrojecidas y cargadas
de vida; materia liquida revuelta, sonriente y afectuosa, que en un abrazo desembocó
en mis arterias.
Sentí mi río vivo como un remo que propulsa mi alma y a su
vez mi corazón.
Abrí por primera vez los ojos y observé hacia afuera… fue
entonces cuando me adentré en la calma del ribereño y la sonrisa de quien allí
encuentra las gotas de sosiego.
No tiene precio la paz profunda que conlleva la
contemplación de las aguas en movimiento, la observación atenta de quien con maestría
ha sido y es el escultor de las riberas.
El curso del agua es personal, rebelde y revolucionario,
conservando la esencia, la armonía, en un acto valiente de aquel que se atreve
a conectarse con su propia naturaleza.
“Dime lo que defiendes y te diré quien eres”… susurro esa
mañana a mis oídos el río…